Secundarios a la calle (Nobleza obliga)
Y en el fondo estaba errado. Y la inmensa felicidad de saber que había equivocado mis cálculos es enorme, como Júpiter. Como en el verano cuando supe que... Bueno, esa es otra historia. La diferencia es que esa vez no me equivoqué, dí en el clavo como pocas veces y aunque parezca estúpido lo celebré. Pero con los secundarios sí, me equivoqué y también lo celebro.
Y humildemente hoy les pido perdón.
¿Perdón? ¿No estaré exagerando? ¿No estaré siendo un tanto melodramático con aquéllos muchachos a quienes durante años denosté por su liviandad, su falta de compromiso, su esquizofrénico materialismo y su culto a la tontera? Por años les desprecié por el Mekano, el SQP, los carretes donde lo único que importaba era saber quien tomaba más pisco de cuarta o cuál era la más "rica". Por años los miré sin la más mínima esperanza de encontrar en ellos algo de valor para nuestra sociedad. Admiraba, eso sí, su capacidad de encontrar modas nuevas, cada vez más patéticas, pero al mismo tiempo los detestaba por su desprecio por la sociedad en la que vivían. Los detestaba, no tengo miedo a decirlo. No como otros que hoy seguramente serán generales después de la batalla y dirán "estamos con ustedes como siempre hemos estado". ¡Mis polainas! Yo soy honesto y reconozco que no daba un peso por ellos. Hasta esta semana...
¡Cómo celebro mis errores! ¡Cómo me alegro de haber sido tan gil por no darme cuenta de que detrás de toda esa cultura light había un volcán en ebullición! ¡Cómo sonrío hoy al pensar que estos muchachos están dándonos una lección que nunca debemos olvidar! Han hecho lo que nosotros nunca hicimos cuando pasamos por la media: pedir una educación digna, decente y realmente constructiva para nuestro amado país. Han salido a las calles, se han tomado sus colegios y han demostrado un compromiso y una organización que cualquiera la desearía. Y todo dentro de una lógica de pensamiento basada no en los slogans facilistas y de antaño, sino en peticiones concretas y justas. Las mismas que nosotros nunca nos atrevimos a pedir. Que nadie diga ¡no! porque la segunda mitad de los noventa fue nula en peticiones de los secundarios. Yo era uno de ellos... y nada hice.
Quizá en nuestra época de secundarios aún el miedo se latía. Quizá, por aquéllos años, la sombra del asesino aún era poderosa y pueda eso justificar nuestra falta de voluntad y valentía. Pero no, nada de justificaciones mulas, nada de boberías y de excusas. No se puede temer siempre, no se puede agachar el moño todo el tiempo. Estos muchachos han sabido romper esa barrera que nos cubrió tal vez por nuestra propia voluntad y nos ha arrojado a la cara toda nuestra hipocresía y oportunismo.
Hoy habrá muchos, entre los cuales me incluyo, que apoyarán a los secundarios. Trabajaré con mis compañeros de la universidad sobre el conflicto, firmemente apoyando a los muchachos. Pero no me olvido de lo que no hice. La mayoría, seguramente, habrá olvidado que en su momento no hizo nada contra la LOCE, la PSU, la PAA, la calidad de la educación y hoy se subirá al carro. Yo prefiero recordar que fui parte de una generación que en los colegios no se atrevió (otra cosa es la universidad) y sacarme el sombrero ante los secundarios de hoy. Nobleza obliga, entonces, a ser justos con quienes me equivoqué. Nobleza obliga a apoyarlos y reparar en parte los errores cometidos en mis tiempos de liceano. Nobleza nos obliga a todos a apoyar con firmeza en sus demandas y a agradecerles por esta lección de ciudadanía que nos han dado.
Mañana estaré en la calle trabajando y apoyando a los secundarios. Lo merecen y lo necesitan. Lo merece y lo necesita un país que quiere ser más y lo demuestra.
Lo necesito yo, al fin, para limpiar un poco mi conciencia.
Y humildemente hoy les pido perdón.
¿Perdón? ¿No estaré exagerando? ¿No estaré siendo un tanto melodramático con aquéllos muchachos a quienes durante años denosté por su liviandad, su falta de compromiso, su esquizofrénico materialismo y su culto a la tontera? Por años les desprecié por el Mekano, el SQP, los carretes donde lo único que importaba era saber quien tomaba más pisco de cuarta o cuál era la más "rica". Por años los miré sin la más mínima esperanza de encontrar en ellos algo de valor para nuestra sociedad. Admiraba, eso sí, su capacidad de encontrar modas nuevas, cada vez más patéticas, pero al mismo tiempo los detestaba por su desprecio por la sociedad en la que vivían. Los detestaba, no tengo miedo a decirlo. No como otros que hoy seguramente serán generales después de la batalla y dirán "estamos con ustedes como siempre hemos estado". ¡Mis polainas! Yo soy honesto y reconozco que no daba un peso por ellos. Hasta esta semana...
¡Cómo celebro mis errores! ¡Cómo me alegro de haber sido tan gil por no darme cuenta de que detrás de toda esa cultura light había un volcán en ebullición! ¡Cómo sonrío hoy al pensar que estos muchachos están dándonos una lección que nunca debemos olvidar! Han hecho lo que nosotros nunca hicimos cuando pasamos por la media: pedir una educación digna, decente y realmente constructiva para nuestro amado país. Han salido a las calles, se han tomado sus colegios y han demostrado un compromiso y una organización que cualquiera la desearía. Y todo dentro de una lógica de pensamiento basada no en los slogans facilistas y de antaño, sino en peticiones concretas y justas. Las mismas que nosotros nunca nos atrevimos a pedir. Que nadie diga ¡no! porque la segunda mitad de los noventa fue nula en peticiones de los secundarios. Yo era uno de ellos... y nada hice.
Quizá en nuestra época de secundarios aún el miedo se latía. Quizá, por aquéllos años, la sombra del asesino aún era poderosa y pueda eso justificar nuestra falta de voluntad y valentía. Pero no, nada de justificaciones mulas, nada de boberías y de excusas. No se puede temer siempre, no se puede agachar el moño todo el tiempo. Estos muchachos han sabido romper esa barrera que nos cubrió tal vez por nuestra propia voluntad y nos ha arrojado a la cara toda nuestra hipocresía y oportunismo.
Hoy habrá muchos, entre los cuales me incluyo, que apoyarán a los secundarios. Trabajaré con mis compañeros de la universidad sobre el conflicto, firmemente apoyando a los muchachos. Pero no me olvido de lo que no hice. La mayoría, seguramente, habrá olvidado que en su momento no hizo nada contra la LOCE, la PSU, la PAA, la calidad de la educación y hoy se subirá al carro. Yo prefiero recordar que fui parte de una generación que en los colegios no se atrevió (otra cosa es la universidad) y sacarme el sombrero ante los secundarios de hoy. Nobleza obliga, entonces, a ser justos con quienes me equivoqué. Nobleza obliga a apoyarlos y reparar en parte los errores cometidos en mis tiempos de liceano. Nobleza nos obliga a todos a apoyar con firmeza en sus demandas y a agradecerles por esta lección de ciudadanía que nos han dado.
Mañana estaré en la calle trabajando y apoyando a los secundarios. Lo merecen y lo necesitan. Lo merece y lo necesita un país que quiere ser más y lo demuestra.
Lo necesito yo, al fin, para limpiar un poco mi conciencia.